Jacqueline, es de esos personajes que se convierten en algo parecido a un mito comunitario con los años, por su trascendencia en las luchas de contrarios que se sucedieron en la década de los ochentas en el Valle del Laboyos.
Fue dirigente estudiantil, sufrió los embates de la tortura, los atentados contra su vida y su dignidad. Por fortuna vive, siendo traicionado el accionar irracional y atroz lógica del privilegio en pro de la extinción del pensar el cambio desde abajo. Categórico, su existencia actual se debe más a un acto mágico del destino.
Charlamos de todo un poco, fuimos fugaces, estaba poseído de la curiosidad y esperaba respuestas únicas que ella de modo veraz conocía por haber sido parte de un conflicto fratricida, hoy hecho historia.
Con la imagen de Jacqueline divagan mis recuerdos de esas llantas quemadas humeantes de cola kilométrica ondeante en la Avenida del Estudiante: se alzaban al cielo desafiantes como un grito de algo diverso, violento y contestatario que se cocinaba en algún sector de la juventud del Colegio Nacional de Pitalito.
Sobrevivió. Juraron con Bernardo Jaramillo Ossa no irse jamás del país. Lo cumplió a rajatabla.
Ya han pasado décadas y hoy Jaqueline rediseño su vida y su revolución en la construcción del "Hombre Nuevo" desde la universidad como docente.