
Oslo, Noruega.
22 de sept. de 2025
Querida familia: abuelita, tías y tíos, primos, a mi padre y hermana y todos los demás familiares, amigos y compañeros de labranza del abuelo Víctor presentes en su último viaje. Hoy, desde la distancia, quiero acompañarlos en la despedida de un hombre que ha sido un ejemplo de amor, virtud y trabajo para todos nosotros.
En momentos difíciles donde no queda más que aceptar nuestra naturaleza de mortales, me gustaría traer algunas palabras del filósofo romano Seneca cuando le hablaba a su pupilo Paulino sobre la brevedad de la vida. Decía Seneca: la mayor parte de los mortales, Paulino, se queja de la malicia de la naturaleza, porque somos engendrados para un tiempo escaso, porque estos espacios de tiempo que se nos dan discurren tan velozmente, tan rápidamente, que, salvo muy pocos, a los demás la vida les deja plantados en los propios preparativos de su vida… y continúa diciendo: No tenemos escaso tiempo, sino que perdemos mucho. Nuestra vida es suficientemente larga y se nos ha dado en abundancia para la realización de las más altas empresas. Si se invierte bien toda entera y se pone en manos de un buen administrador, la vida resulta aún más extensa para quien se la aprovecha bien.
Estas palabras de Seneca no podrían describir mejor a quien fue nuestro querido abuelo Victor, uno de esos pocos que menciona Seneca, un trabajador incansable quien nunca malgastó su tiempo y aprovechó bien su vida para dejar un legado imborrable. El abuelo, como Seneca, sabía que el bien más preciado que tenemos es el tiempo y así, desde muy temprano siempre se disponía a hacer sus labores, ordeñar sus vacas, revisar su empresa de café, ensillar sus caballos para salir a rodear el ganado o recoger guadua o traer el pancoger a la casa. Siempre ocupado, siempre usando bien cada minuto, también para descansar con un cafecito en la mano y un par de roscas, contar algún cuento, reír un poco, y luego retomar sus tareas hasta el anochecer. El abuelo ha sido para nosotros un ejemplo del saber vivir bien y eso también implica el saber morir como lo pudimos ver en sus últimos años, con honor y valentía enfrentando sus achaques sin queja alguna y antes con más ánimo de no permanecer sentado y dejarse postrar por su vejez, simplemente esperando el final, no. El abuelo nos deja un legado muy grande, a su familia, gente honrada y trabajadora, a sus nietos de quienes se sentía muy orgullos, como me lo hizo saber varias veces y a todos quienes compartieron con él en sus labranzas y aventuras campesinas. El abuelo no perdió tiempo, invirtió bien su vida y nosotros somos el fruto y reflejo de esa historia, y cómo no reconocerlo como un buen administrador, pues ese fue su trabajo en el campo, administrando las empresas de otros y luego la suya, cosa que hizo siempre a cabalidad y en sus mejores capacidades.
Seneca nos dice que cuando la vida nos llame a pedir cuentas tendremos que hacer memoria de cuántas veces nos mostramos firmes con nosotros mismos, de cuándo fuimos firmes en nuestros propósitos, de cuántos de nuestros días han terminado como habíamos previsto, de cuándo hemos estado satisfechos con nuestro trabajo, de las veces que hemos mostrado un espíritu intrépido y pensar en qué obras nuestras quedan bien hechas para la posteridad. Pues bien, yo creo que el abuelo, sin lugar a dudas, ha cumplido con todo esto a cabalidad. Ha sido un hombre firme hasta el final, un hombre de brazo fuerte pero alma bondadosa, ojos cariñosos, abrazo sincero, un hombre que según cuentan las historias y como lo pude ver yo algunas veces en las vaquerías, siempre fue intrépido, valiente y que supo dejar la obra bien hecha y ya parte a descansar.
El abuelo es digno de nuestro reconocimiento, de nuestro amor y que aunque nuestras lágrimas resbalen por el dolor de su inevitable partida, estoy seguro él quisiera que celebremos su legado y lo recordemos como él ha sido, un hombre firme pero cariñoso, un hombre sonriente, cuenta chistes, generoso, divertido, un vaquero, un cazador, un labrador, un jornalero incansable pero más que nada un abuelo bondadoso con sus nietos y respetado y admirado por todos quienes tuvimos la fortuna de conocerlo en vida y por los vecinos de su comunidad de Criollos.
Hasta pronto abuelo, nosotros intentaremos vivir nuestras vidas siguiendo su ejemplo, intentaremos vivir de una buena manera y sabremos servirnos de ella como usted lo ha hecho, siguiendo su enseñanza. La tarea está cumplida y el amor y cariño recibido permanece en nosotros por siempre.
Con amor hasta el cielo,
Victor A.